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E Es dea eii pa A A A A da a A AAA AN 116 Equivocación... —Urge, hijo mío, urge salir de aquí cuanto antes. Yo viviría intranquila ó moriría de pena... Orlando era toda un alma tierna, delicada y compasiva. Se apuró por los sufrimientos de su mamá, y se puso totalmen- te á su disposición. —TIré cuando quieras, mamá. Tan decidida vió el Dr. á Martina para que la traslación se ve- rificase aquella misma tarde fría, que no tuvo mas remedio que intervenir, rogar, y oponerse siquiera indirectamente, diciendo: —Excelencia; no tenemos todavía preparadas habitaciones en el hote), convenientes para el enfermo, ni hemos traido un coche á propósito ¿No sería mejor trasladarle mañana? —¡Oh! yo me abraso de estar más aquí, —exclamó Martina ex- citadisima.—Si no lo hacemos de repente nos exponemos á un con- flicto. Cuando sepan las papistas que irrevocablemente va á salir ma- ñana, aprovecharán la tarde y la noche para dar un último asalto, si ya no está dado. —Mamá, no temas nada. —¡Ah! ¿es que está ya hecho todo?—Tan enloquecida venía ya desde Berlín. Martina se levantó hiriendo el suelo con el tacón de su bota y diciendo como fuera de sí: —¡Maldición contra todos ellos! Contra todos los que han per- vertido á mi hijo, desde la víbora papista que lo envenenó, hasta el culebrón que lo ha saciado de veneno.—Se refería al Cardenal. —Aquí, aquí ha estado, hijo mío. Lo sé todo. Aquí ha estado á derramar sobre tí su iumunda baba; y si no te traslado hoy, mañana será ya tarde. Me temo que cuando vengan por tí maña- na se encontrarán la sala vacía, te habrán llevado ya á enredarte en la cola del gran dragón en Roma, del cual tanto pos avisa Juan en su apocalipsis que nos guardemos. Sé que te han hecho también adorar á María, la mujer de José, de Judas y de medio Aposto- lado... Orlando, al oir tan horribles blasfemias contra la Virgen San- tísima, con un agudisimo «Ave María Purísima...» la interrumpió, é impidiéndole continuar, lleno de compasión le dijo: —Mamá, pobre mamá, estás excitadisima, me partes el alma