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Novela histórica 115 —No os lo aconsejo, señora. Pues me lo aconsejo yo. Está todavía necesitado de cuidados, y para eso en ninguna parte ha de estar mejor y más tranquilo que aquí. Yo no puedo asumir la responsabilidad ante su padre. —Pues la reasumo yo. Y se entró en la salita de Orlando. Este había oido ya parte de la anterior conversación. —¡ Hijo míio!... ¿cómo estás? ¡Martina, mamá! ¡¡qué gozo de verte!! Estoy muy bien y muy contento. No me he levantado á recibirte porque me lo ha privado el Doctor á causa del excesivo frío para mi. Pero estoy muy bien, mamá. ¿Y mi padre, y Raquel, y papá David? Martina no contestaba. Lloraba ya colérica sólo de oirle que estaba allí bien y contento. ¿Por qué no habían de ser sus primeras palabras: mamá, sácame de aquí; me engañan, me explotan, me pervierten, me violentan la conciencia y enloquecen? —Hijo mío, vas á salir de aqui—dijo por fin Martina después de mucho detenerse y llorar.—Vas á salir ya de aquí. —Cuando quieras, mamá.—Contestó Orlando con dulzura y ad- mirable docilidad. Martina estaba demasiado nerviosa para proceder con tanta delicadeza y moderación como él. Sin embargo, no se atrevía á decirle que aquella misma tarde, entonces mismo. Se contentó con anunciarle que ella no volvería mas á aquel infierno de hospital, deseosa de que él contestase:— Pues iremos luego, ahora mismo si quieres. Orlando conoció en aquel primer chispazo el incendio infernal que ardía en su pecho, pero se hizo el desapercibido, y sólo fijó su atención en el deseo de salir manifestado por Martina. Miró al Dr. coma interrogándole si habría algún inconveniente, pues él no lo tenía Schoreh desvió la vista, inclinó la cabeza y se calló como un muerto. La tormenta se presentaba recia; más de lo que á pri- mera faz parecía. Su papá no había venido ni le enviaba dos le- tras; mamá absolutamente sola, y el Dr. callado ante una pregun- ta. La batuta que dirigía toda aquella orquesta estaba en manos de Martina. De esto no le quedaba ya ninguna duda. Los ecos de todo lo sucedido con él habrían parecido excesivamente desafina- dos. Casi notas del infierno.

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