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dida ETE] i Ml A] e y Y F A ZA: Pe cio zi EIA AAA AA 112 Equirvocación... —Señora, ¿puedo yo también servirla en algo? Por todo agradecimiento dirigió á Sor Leona una mirada á sos- layo, muy despreciativa. Nuestros lectores, que pudieran extrañar ciertas expresiones, adviertan que Martina era hija de un Pastor Protestante, Arzobis- po de Berlín, quien decía: Yo Martín, no tengo más anhelo que dejar á mi hermosa hija, en dote, además de mis millones en el Ban- co, toda la Biblia en su memoria, tal como yo la tengo, con exacti- tud de Capítulos y Versiculos, y en su corazón todo mi odio irre- conciliable al papismo de Roma y sus secuaces. Cuando Martina acabó su toilette ocupó el coche. Sor Leona volvía al hospital con ella. La señora esperó en el recibidor, y la Religiosa avisó en el acto á la M. Superiora. Esta no se hizo espe- rar. También Sor Francisca de Sales y algunas otras, todas baja- ron juntas á recibirla y saludarla afectuosamente, pues aquella señora nobilísima se había portado muy bien en su primera visita. Por cierto la encontrarían ahora bien diferente. Martina, cuando vió á Sor Francisca que entraba sonriente... sintió que las manos se le crispaban como queriendo arañarla por aquel aire de triunfo con que la ofendía; la desesperación se pintó en su semblante, sus ojos despedian ira, ¿y su boca? nada hubiera querido omitir de cuanto desahoga á un pecho amargamente heri- do como el suyo. Víbora envenenadora,—dijo entre otras cosas dirigiéndose á Sor Francisca —¿así con esa sonrisa se presenta delante de mí? ¿Y después de la confianza que le hice, y la palabra que me dió? Las Religiosas, aturdidas al verla que en su dolor, en su aflic- ción ó en su ciega pasión, se descartaba de algunas formas sociales y sintiéndolo por ella, se miraron unas á otras no sabiendo qué decir ni quién habría dado motivo para semejante destemple; si bien sospechaban sería causa la conversión de Orlando al catoli- cismo, que á ella no habria gustado mucho. —Señora, —la apuso Sor Francisca al verla dispuesta á no ter- minar la letanía de insnltos—nosotras..... —No me interrumpáis...—exclamó Martina aún más colérica.— Todas las autoridades han de saber intervenir en vuestro crimen para que os impongan el más horrible castigo y os dispersen á to- das como se dispersa á una guarida de fieras dañinas. MUI EAT NIN ISEOA: DEAROE PA RA io

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