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Novela histórica 111 otras, calificando vuestras alas de astucia serpentina para morder y envenenar á mansalva. Hacéis alarde de vuestro desprendimiento, y prodigáis vuestros cuidados al parecer con sacrificio, pero es como prodiga el caza- dor los perdigones. ¡Ah! sois unas desprendidas... que á vuestra elección cazáis los pájaros al vuelo, y pájaros... dignos de la pólvora y del tiro. Pero yo os aseguro, que las primeras maldiciones contra vos, des- pués de las mías, han de ser las de mi hijo cuando yo le haga reconocer vuestro engaño. Todas, todas sois lo mismo, me deciais en la Capitanía... Todas, sí, mujeres idólatras, papistas, corrup- toras. ¡Ah Sor Francisca!... Y con los puños daba goJpes en la cama y en la mesilla de noche. Sor Leona, compadecida, se levantó á retirar objetos en que podía lastimarse, y con triste calma le dijo: —Señora, si yo no se de qué habla... —¿Cómo? ¿No sois vos Sor Francisca?—Y apoyándose en los codos levantaba con trabajo la cabeza esforzándose por ver á quien hablaba. No distinguía en la obscuridad sino lo blanco de la toca. El ros- tro era del color de la habitación cerrada, La Religiosa abrió un ventanillo del balcón para recibir la luz de lleno y dejarse ver al mismo tiempo que contestaba. No; señora, servidora, soy Sor Leona, Una fiera que hubiera aparecido de repente ante su cama no le causara peor efecto. Martina inclinaba la cabeza á un lado y otro buscando la visual, y al distinguir con sorpresa aquel rostro mas que moreno, donde primero le pareciera que no entraba la luz por causa de la toca, creyéndose burlada, lanzó otra inconveniencia contra la Superiora. ¿Cómo? ¿A mi también esa burla sangrienta? Schorch... Schorch...—Llamaba excitadisima y algo avergonzada de su len- guaje francamente confiado. Schoreh había vuelto al hospital, pues retrasó la visita por ser- virla á ella inmediatamente. Se presentó la camarera que le había ayudado á desnudarse, y recibió orden de venir á vestirla luego que avisase le tuviesen pre- parado un coche,