BCCPAM000521-3-32000000000000

AR TIL PPP om ez 106 Equivocación... Pues ahora, para desagraviarla, acudid á ella con entera con- fianza, pues responde siempre al odio con la compasión. La campana del Convento, á grande vuelo, llamaba á la Comu- nidad para bendecir y alabar á Dios. Las doce señalaba también el reloj del recibidor. —Padre Reverendo, dispensadme, dijo Orlando levantándose; con sentimiento he de dejaros, pues son las doce. Debo ir al teatro siquiera no sea más que entrar, saludar á mis amigos, pretextar cualquier cosa de familia y retirarme á mi casa. El Guardián, después de la conferencia, se dirigió al Coro, y con- eluído el oficio divino, suplicó 4 la Comunidad con todo encareci- miento tuviese presente en sus oraciones una necesidad espiritual. Orlando luchó lo increíble. Leyó y releyó en secreto todo el tiempo que le dejaban libre sus estudios militares, á los cuales se aplicaba también con todo su privilegiado talento, y sacaba siem- pre las mas horrorosas notas. Muchas veces se decía á sí mismo: yo comprendo ahora las luchas que mi papá habrá sostenido y que no le habían dejado, respecto de mí... yo se cuánto tendré que luchar también con mi mamá. Cuando su papá, después del triunfo en Sadowa, volvió de la guerra con Austria, Orlando se dejó notar ya bastante preocupado, y algo desmejorado. Todo esto iba. en aumento. Poco sospechaba el General Hereford cual podia ser la causa. Y era precisamente él mismo; y de saberlo hubiera quedado bien sorprendido. En las vacaciones del año 69, Orlando deseaba volver á las posesiones de Vet-Vetinga para verse con aquel Guardián ilustre que había logrado grabar en su alma toda la conferencia. El P. Ignacio desgraciadamente había muerto hacía ya tres meses, contagiado por la asistencia á un moribundo infeccioso. La pena de nuestro joven fué tan grande como si hubiera muer- to un individuo de su familia. El nuevo Guardián que le diera la noticia, al verlo tan acongojado, ofreció á su servicio todos los »adres de la Comunidad. Orlando estaba inconsolable. Le parecía que se había extinguido la luz de aquel sol que lograra disipar las sombras de su inteligencia. No aceptó á ninguno de los Padres. Tomó el libro que sobre la mesa del recibidor había dejado al sentarse, y se disponía á marchar. O AAA A e

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz