BCCPAM000521-3-32000000000000

» Equivocación... dos coraceros que á éste acometían. A un mismo tiempo recibió un sablazo en la mejilla, otro en el brazo, y una herida gravísima que casi le dejaba la muñeca colgando. Todo fué obra de un mo- mento. Aquella sangre querida despertó en el General toda su bravura militar; y más que como hombre, como fiera á quien han arrebatado sus cachorros, acometió á los coraceros, dejándolos bien pronto fuera de combate. Todos los números de la Escolta se defendían alternativamente y en confuso contra desigual fuerza. El joven Capitán Hereford tenía ya la espada en tierra; él había caído sobre las ancas del caballo primero, como quien hace escala para segunda y mayor caída. Su padre le creyó espirando y olvi- * dándose de su peligro personal, pudo sin desmontarse echarle los brazos al cuello y levantarle á la altura de su pecho para recibir de su corazón el último latido. Hijo mío... —le decía con la más honda aflicción y expresión de agonía, tú mueres por haberme dao á mí la vida. Y el hijo no moría precisamente por la gran pérdida de sangre ni por causa de sus heridas, sino porque al sentirse gravemente herido y fuera de combate, y ver á su padre en tan inminente pe- ligro, sufrió un pasmo del cual. no había vuelto. Ya llegaba toda clase de refuerzos. El médico quiso retirar el caballo y bajar al Capitán para la primera cura, pero no había medio de apartar al General, ereído como estaba de que seis minutos más ya era cadá- yer su hijo. —Bulow..... tomad unos instantes el mando de las tro- pas, Al médico lo embarazaba lo que preveía, y queriendo alejar al General y verse libre y desahogado para el pronto reconoci- miento, habló de ese modo al General en Jefe: añadiendo, que si se llegaba á tiempo, tenía grande esperanza de salvar al Capitán. No fué ese aliciente, no, lo que hizo á Hereford abandonar á su hijo y seguir al frente de las tropas; fué la implacable ordenanza mili- tar que por un momento había quedado en él suspensa ante las voces de la sangre y clamores de la naturaleza. Pronto pudo apreciar Sehorch, que en el joven cuya alma era tan valiente como afectuosa y tierna, podía influir tanto .ó más que el estado físico el moral. Después de la primera asistencia con lo más apropiado del botiquín, el Dr. le colocó en una camilla, y por reanimarle le decia al oido: Su padre vive. Ha ganado la ba- talla.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz