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CAPÍTULO VII Mirar atrás para ver más adelante AL. | que David tenía cerca de Vet-Oetinga. En esta población había un convento de Capuchinos, cuyo Guardián, el R. P. Ignacio de Peterskirchen, llamaba justamente la atención por su sabiduría profunda, elocuencia admirable en el púlpito y unción evangélica. Dos años hacía que Orlando había recibido de manos de su pa- pá un documento que le traía intranquilo. ¡Qué luchas en su espí- ritu! ¡Qué aflicciones alli donde hasta entonces todo habia sido paz! ¡Qué afán por revolver de nuevo todos sus libros de estudio, todas sus novelas, todos sus libros de controversia y religión, para ver si hallaba algo que estuviese conforme con el motivo de sus dudas. Pero nada, nada. Todo era lo mismo que antes y él cada vez más inquieto. ¿Y á quién consultaría él todo aquello? ¿A David, judío? impo- sible. ¿A mamá, fervorosisima luterana? Tal vez menos. A Raquel era inútil. ¿Acaso á su papá? ¡Oh! á su papá... ¡qué respeto le in- fundía! ¡qué temor! Y era él precisamente quien causaba sus incer- tidumbres, quien había destruído la paz interior de su alma; por eso precisamente no acudiría á él, pues pareciera era rebelarse indirectamente contra sus indicaciones, y esto no lo haría 6l nunca. Aunque indirectas esas indicaciones de su padre, él, en la delica-

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