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el abuso que de ella han hecho los extraviados y desmoralizadores novelistas del pasado siglo. Y como ese horrible mal no podemos atajarlo, sino con la abundancia del bien, no estará demás el que los clérigos estén instrui- dos en el asunto, para poner un dique á ese torrente de inmoralidad que se halla en las malas novelas, con la composición de alguna novela religiosa y moral; si bien suponemos que esto solo puede hacerlo un sacerdote por vía de distracción, mientras descansa de las asiduas y laboriosas tareas de un estudio serio, como leemos del Cardenal Visseman y otros respetabilísimos y sabios clérigos. En la actualidad va tomando la novela una dirección científica, y en ese terreno y con esas armas somos rudamente combatidos, cosa que no debe perder de vista la persona religiosa que quiera emprender la composición de una novela. No se olvide nunca el objeto que esta debe tener: la manifestación de la belleza y la instrucción de los lectores; pero recuérdese que no hay belleza sin morali- dad, que no hay instrucción donde la moral falta, y que donde no está ella solo hay mise- ria, fealdad y corrupción. En la precisión de mencionar los mo- delos más perfectos de esta clase de litera- tura, recomendamos las novelitas del célebre P. Coloma, las de Pereda, los artículos de
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