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Yo ba. El ardiente celo con que trabajaba por evitar las ofensas de su amado, en dilatar la gloria de su santo Nombre y en propagar su fe por todo el mundo, lo acreditan igualmente. Pero lo eviden- cian sobre todo, el maravilloso don de lágrimas, en que á la fuerza de los ma- -yores incendios se liquidaba su aman- - e corazon: el copioso humo que se veia salir de su cabeza cuando oraba ¿decia Misa, despidiendo rayos de ce- A E q —Jestial luz su semblante, como otro Moisés cuando bajó del monte; y los frecuentes raptos y profundos éxtasis en que gozaba su espíritu las íntimas -— dulcísimas comunicaciones de su ama- 3 , proezas, y este conjunto de portentos evidencia que en todas sus obras glori- fico. al Señor, y que cual otro David le alabó y amó con todo su corazon. Pero aún más. Es fuerte el amor co- mo la muerte; porque si esta rinde con su guadaña al más robusto, aquel lo - vence todo, sin que ni aun la misma - muerte pueda resistirle. En prueba de - esto, el justo, no sólo no la teme, sino que la desea, la apetece, y en ella o —bilísimo Criador. Este agregado de -cuando le llega su hora se complace, de

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