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PROLOGO Diríjome a ti, piadoso cristiano y amante de la paz, y te ofrezco este librito, para que aprendas a buscarla, puedas alcanzarla y sepas conservarla. Nos consta que todos quieren la paz, así la interior, como la exterior, tanto la que con las almas se re- laciona, cuanto aquella otra que mantiene en repo- so a los pueblos y naciones, por ser el bien su- premo de la presente vida; mas también nos cons- ta, porque la experiencia de los hechos lo hace palpable, que muchísimos, aun de los que menos lana aparentan cardar, le vuelven la espalda fre- cuentemente, complaciéndose en los disturbios de la contienda y en los desórdenes de la algarada. Son amantes de la paz, pero de una paz, que les permita obrar a su antojo, sin que nadie les vaya a la mano con avisos, ni les salga al encuentro con reconvenciones ni les pare los pies con amenazas o sanciones. Engáñanse: no es esa la paz verdadera, consiguiente al cumplimiento de los propios debe- res, sino más bien la 'mundanal y falaz, incompati-
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