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E aun sabiendo que sólo les aguarda la derrota, la confusión y el abismo de penas eternas? Pues, a pesar de todo, allí está la poderosa Abogada, para excusar tamaños desvaríos y detener los golpes de la espada de la justicia, dando por adelantado que reconocerán su locura y se arrepentirán. Diganlo los santos, Domingo y: Francisco, presentados por nuestra solícita Abogada, comu restauradores de las primitivas virtudes cristianas en aquel siglo de mal- dad y corrupción. Nadie pronuncia el nombre de paz, cuando reina la tranquilidad; pero, en rom- piéndose las hostilidades, no se habla más que de paz: es muy natural, porque la guerra no acarrea más que desventuras. Rotas, pues, están las hosti- lidades contra Dios, a causa de la enormidad de los pecados, que diariamente cometen los hombres; preciso es que alguien ponga el remedio, antes que el Omnipotente tienda su arco y lo enderece a la tierra. ¿Quién lo hará? ¿quién lo: hace todos los días, a medida que aumentan los excesos de los hombres? Indudablemente, tiene que ser la que nunca nos ha dejado, y jamás nos dejará: la Abo- gada de la Paz, nuestra augusta Virgen María. Aquae multae non potuerunt extinguere caritatem.
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