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ES brecogidu de terror ante la acción de, Ja, justicia eterna. ¡En eso suelen parar, generalmente; las arro- gancias del insolente! Necesitaba, por lo tanto, de alguien, que le inspirára confianza, sin infundirle temor; de alguien que se interesara por él, sin re- cordarle la culpa ni amenazarle con la sanción de la ley; de alguien que tomara su causa, como pro- pia, sin someterlo a interrogatorios;ni amedrentarlo con amenazas; de alguien, en una palabra, que fue- ra todo misericordia, compasión y ámiór. Mas ¿cómo encontrar ese alguien tan excepcional? ¿cómo y dónde hallar esá criatura tan superior? ¿cómo y dónde procurarse un tán venturoso intermediario, que disipara aquellos horripilantes fátitasmas, cúya vista lo traía desconcertado, hasta el extremo de no fíar del mismo, que lo llamó para la reconcilia: ción? ¿Cómo y dónde? En Dios, únicamente, porque sólo ante Dio0s caminaba; citólos a juicio, y allí la encontraron, ¡Dichoso encuentro! ¡feliz hallazgo! "Era núestra amantísima Señorá, a quie Dios hacía intervenir en aquel solemne acto, como sig- nataria de sus determinaciones y garantía de sus promesas, para cónsuélo y satisfacción de los ate- morizados reos; erá la inmaculada, poderosa y 'com- pasiva Virgen María, quien Selíabá la palabra qivil na y garantizaba su Cumplimiento, 'ASí quedó cons? tituida en Allánza de Paz, y como tal hala téveren” ciado e “invocado” todás” 144 genéraciónes, únas esperando la” paz, sin experimentar turbaciones mí sobresaltos, y otras recogiendó sis deliciosos tú tos. Bien claramente ños'lo dió'a eritender, cuando nos dijo por'bóca del sabio: Qui” mé ¡ADeMeHt, ¡hibel

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