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E PUNTO SEGUNDO Sentencia y promesa Llamó Dios a los rebeldes y, después de haber interrogado a cada uno, intimóles la sentencia de muerte, de que se habían-hecho reos, reservando su ejecución para una época indeterminada. Fueron expulsados del paraíso, quedaron expuestos a toda suerte de calamidades, viéronse sometidos al impe- rio del falsario y empezaron a llorar. ¡Ay! era un abismo infinito, el que su pecado había abierto, abismo que solamente podía franquear el Dios de infinita grandeza, a quien habían declarado la gue- rra con su inicua rebeldía. ¡Razón tenían para llorar! Sin embargo, como Dios no quería la perdición de su privilegiada criatura, alargóles su mano mi- sericordiosa, ofreciéndoles la reparación; franquea- ría el abismo, destruiría la obra nefasta de Luzbel, haría cesar la-guerray establecería la paz definiti- va. Las palabras de aquella terrible sentencia, aun- que envueltas en la obscuridad del misterio, son claras y terminantes. El dragón infernal, contra el que fueron pronunciadas, había vencido a una mujer, pero había de ser vencido por otra mujer para con- fusión de su orgullo y falsía, y esa segunda mujer no será de nueva creación, sino que descenderá de la primera, de aquella misma, a la que tan fácilmen- te había reducido. Oigámoslas con atención, puesto «que ellas constituyeron la esperanza de la humani- dad. Dijo el Señor a la serpiente, por cuya: boca
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