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espíritu, cerciorado de la Voluntad de Dios, acepta el sacrificio y se inmola con alegre resignación sobre el altar del beneplácito divino: Hágase tu voluntad. La misión de Beatriz en este mundo había terminado. El Omnipotente que <llama a las cosas que no son como a las que son» (I) y «escoge la necedad del mundo para confundir a los sabios, y la flaqueza del mundo para confun– dir a los fuertes> (2), llamó a Sí a la que ya era Fundadora e hizo resplandecer su amo~ rosa Providencia en la consolidación y con· servación de una Orden que, al nacer, había quedado huérfana. Admirable Dios en sus obras, dispuso que Beatriz, no en la tierra, sino en el Cielo, cobijara a sus hijas bajo su celeste manto en el regazo maternal de la Orden Franciscana. A los diez días de haber recibido el anuncio de su muerte, llamó a su confesor franciscano y, habiendo recibido los últimos sacramentos, pidió el hábito y la profesión, y, vestida del hábito de la Purísi – ma y hechos los votos religiosos, voló al Cielo a celebrar sus místicos desposorios con el Cordero Inmaculado. El sacrificio estaba consumado. Obsequio.-Cumplir la voluntad de Dios aun a· costa de grandes sacrificios. (Medítese un poco y pídase la gracia que se dese11). Tres Plldrenuestros, Avemarías y Glorias. (1) Rom., 4, 17. (2) I Cor., 1, 27. 31

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