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tinuo con corazón puro; acudía a remediar las necesidades de los menesterosos; gozá– base en las humillaciones; cincelaba su cora– zón a golpes de paciencia; se querellaba ante el Señor de las ofensas que contra El se cometían; se deshacía en ansias de cari– dad para con el prójimo y daba, como mere– cido descanso a su cuerpo, dos horas diarias de sueño, pasando el resto de la noche ante el Sagrario. Ante el Divino Prisionero medi– taba con amor creciente en el Amor Eucarís– tico de Jesús, en su Pasión dolorosa y en et célico misterio de la Purísima Concepción de María . Estos tres amores se hacen resal – tar en el proceso de beatificación. La esco– gida para promover la devoción a la Inma– culada, tuvo que templar su espíritu en la Sangre del Cordero Inmaculado. El color celeste del misterio de la Inmaculada y el oscuro de la Pasión, guardan entre sí caden– ciosa armonía. Cuando Pío IX defina, el 8 de Diciembre de 1854, el dogma de la Inma– culada, escribirá en su Bula «Ineffábilis». con caracteres de cielo, que «la bienaventu– rada Virgen María fué preservada inmune de toda mancha de la culpa original en et primer instante de su Concepción por gracia y privilegio ,;ingular de Dios Omnipotente, en previsión de los méritos de Jesucristo Salvador del género humano» . Inmaculada es redención, y no hay redención sin sangre. 22
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