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ik Ses La triste edad de hierro, cuando él se deje ver, De la tierra huira, y en el orbe entero Los siglos de oro volveran 4 florecer. Recibe al nino , Lucina, con amor sincero; El es el gran rey; él, tu Apolo verdadero. Escribfanse estos presagios del poeta mantuano, cuando era inminente el nacimiento de Cristo, y cuando habia na- cido aquella Virgen , verdadera Astréa, que traia al mundo la justicia y la paz, cuyo Hijo habia de borrar los tltimos vestigios de la iniquidad del linage humano , como lo anun- cia el mismo poeta, que habia de acaecer enténces. Todo esto, en realidad, no era sino un eco débil de la créencia universal del linage humano, que esperaba la ve- nida del gran Libertador del mundo, cuya promesa habia hecho Dios en el parafso..Habia un pueblo, que la profesaba con toda claridad, y era el escogido, para que saliese de su seno este Libertador , y para ser el conservador tenaz de esas promesas, y el testimonio irrefragable de que se han cumplido. : Los demas pueblos habian echado en olvido completo la verdad sencilla de los dogmas primitivos, pero sin que una nocion vaga de los mismos dejase de acompafiarlos en el viaje de su peregrinacion por el mundo. Era majestuoso el edificio de la revelacion, pues lo ha- bia construido el mismo Dioscon piedras cuadradas y esco- gidas, en las cuales habia esculpido las verdades salvado- ras del mundo. La mano destructora del hombre entregado 4 los errores de la idolatria, habia derribado ese magnifico monumento ; pero sus piedras andaban dispersas , conser’- vando, aunque mutiladas, las palabras esculpidas por la mano divina : asf los poetas griegos y romanos publicaban sus teogonias, entretegidas de fibulas mitolégicas: mas en - medio de sus errores, se encuentran fragmentos de la verdad. Nosotros , continué el orador, no necesitamos esos frag- mentos , sino para mirar con Jdstima 4 los, llamados espfri-
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