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in a los dardos se enfriaban , tan pronto como subian 4 la altura, cayendo todos junto * caudillo, ¥ entre su ejereito que los disparaba. . Una nueva furia se ‘apoderé del dragon, al ver que no ganaba un palmo de terreno en la batalla: su aliento éran llamas; sus ojos chispeaban como los carbones; una baba negruzca y verdosa salia 4 borbotones de sus labios ensan- grentados: mandé hacer alto al fuego, y did 6rdenes para que le siguiesen sus huestes , tan pronto como vid que la - muger iba d poner ya sus‘piés en la tierra. Al punto exten- did dos alas devampiro, sobre las cuales alzaba sus enormes cabezas, blandiendo por detrds su enroscada cauda con in- sélito fragor : todas las turbas infernales le siguieron, des- cendiendo, entre aullidos, rugidos y bramidos , al valle ha- cia donde creia , que se dirigia la enemiga. Luzbel se. engatis: esta descans6 sobre un monte santo, 4 cuya cresta no podia llegar quien no fuese puro y sin mancilla, pues era aquel , donde se iba 4 colocar una piedra angular , escogida, preciosa, contra la cual no prevaleceria el poder del infierno. La muger estaba en cinta, y venia & dar 4 luz un hijo, que habia de gobernar las naciones con vara de hierro, y meray al trono de Dios y se sentaria en él (4). ; Determiné, pues, el dragon hacer el ultimo esfuerzo, aunque se deshiciese todo, 4 fuerza de vomitar fuego, lava y | baba contra la muger, su intento fué inundar la tierra, has- ta cubrir el monte santo, y envolver en los remoiinos de las olas 4 su enemiga. Aqu{ creyé Luzbel que alcanzaba la vic- toria; pero aqui fué donde se decidié la batalla, quedan- do él derrotado y herido para siempre. Para conseguirlo, mudé de posicion y salté con sus falanges 4 otro monte, que estaba enfrente del que servia de asiento 4 la muger. jEspectdculo pavoroso y nunca visto! Abrié el dragon su horrenda boca, y la dilaté, como se dilatan las gargantas (4) Apoc. cap. XII. v. 5.

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