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oe — 49 _, nadas todas de diademas y armadas de diez astas fuertes como el hierro. Colocado en la alta prominencia , declaré la guerra 4 la muger, y empezé la batalla. El Mongibelo, dando bramidos subterraneos, y lntieendo® por fonstruoso crater nubes y nubes de humo negro, no es nada, comparado con lo que el dragon vomité, para ver si podia oscurecer los resplandores que rodeaban Alamuger, _y ennegrecer aquella blancura de sus vestidos, y afear su rostro : pero todo era.en vano: vientos suaves venian del Oriente, que rechazaban las espesas humaredas , volviendo — estas hacia el dragon ,y envolviéndolo en ellas: desespera- do al ver que no tenia bastante fuerza para vomitar humo, dejé que se disipasen las tinieblas en queél mismo se en- volvia , para v ar dénde estaba su enemiga: la vid descen- diendo ya muy cerca de las nubes, y did un salto tan furio- so, acompafiado de tal rugido, que temblé la tierra, al caer 61 de nuevo en una hondonada. & Al poco aparecié en otro monte mas embinado; y le- _ vanté sus zarpas y sus cabezas con tan indomable fu- - ror, que parecia que iba 4 t arse el mundo. Jams descargaron las nubes, inflamadas- por los vientos del austro, mds rayos y centellas: cada respiro del dragon en- viaba mil rayos, que, cual fulmfneas espadas, volaban en todas direcciones, 4 ver si una siquiera llegaba 4 herir 4 la muger enemiga. Una batalla de mil bocas de fuego dis- parando balas rojas, es un juego de nifos inocentes, al lado de los disparos que hubo en este gran combate. Estaba el dragon en la prominencia : llamé en su auxilio 4 todos sus satélites, para concluir con aquella enemiga: y | Hérrido espectaculo! Miles de miles de baterfas habiaen los derrames del monte, en sus laderas y 4 su raiz, haciendo fuego todas 4 la vez, y secundando 4 su jefe : por todas par- — tes brotaba el monte remolinos de fuego, y las saetas dis- paradas formaban , al subir, nubes tan densas, que se ase- mejaban4 otras que habia en el horizonte , iluminadas sua- vemente por el sol, que servia de manto 4 la muger. Pero +