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ao la mansion de la paz y de la dicha sin fin (1); y Luzbel cayé 4 la tierra, arrastrando tras de s{la tercera parte de aque- llos espiritus (2), que eign. como estrellas en el firma- mento. Luzbel fué quien se ocultdéra enla sierpe del Parafso. Luz- bel, que vivid siempre en acecho} para ver cuando salia al mundo aquella muger4 quien habia de perseguir, estaba ob- servando desde una cueva horrenda de Ia tierra cuanto ocur- ria en aquella alborada venturosa. Vid cémo salia aque- ila corona de estrellas, aquel rostro hermosfsimo , aquel cuerpo esbeltocomo las palmas de Cades, y dijo para sf: Ella es. Temblé cuando observ6 que traia por manto el sol, y se ofuseé : pero dié un hondo bramido, al ver que la luna estaba bajo de sus piés, y comprendié que esa muger venia 4 disputarle el imperio en la tierra. Enténces salié de su céncavo pecho tal rugido, que resoné en toda la tierra, re-- temblando con su fragor los montes y los valles, y al mo- mento empez6 la gran batalla, presenciandola los mortales: en medio de un silencio pavoroso. Vino la bestia del abismo por entre fragosas hondona- das , arrastrando su enorme cauda: atraves6 valles profun- dos y sinuosos, volando para ver si salia al encuentro 4 ia muger, que con un andar majestuoso descendia 4 la tierra. Subid, veloz como un tigre, al promontorio mds alto que en- contré: y apénas lleg6é 4 su meseta, se dejé ver en toda su horrenda fealdad. Era de color verdoso, como el musgo de las rocas escarpadas quelorodeaban : sus ojos eran dos car- bones humeantes : espantosas zarpas , armadas de ufias de acero, extendia sobre el borde del empinado monte: un ru- gido bronco, hondo y prolongado hervia en su pecho dila- tado, el cual crecié como el disparo de cien rayos 4 la vez, cuando levanté su cuello » Y subid su cabeza hasta tocar con las nubes. Horrenda y pavorosa fué esta posicion que tomo el dragon, pues tee con siete cabezas, ‘coro- (4) Apoe. cap. XIL v. 7. (8) Ibid, y. 4,

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