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ocho, doce estrellas en forma de corona, rodeando una cabeza, la mas perfecta que se habia visto jamds: era una - Inuger hermosisima, cuya frente disputaba al mismo empi- reo la serenidad: rubia y sedosa cabellera se extendia sobre sus hombros, mas blancos que las crestas del Libano, y mas rosados que las laderas dél Saron: fué subiendo esplendente y majestuosa , ondeando ligeramente en su derredor un velo, cual no saliera otro de los telares de Sidon, que se desprendia de sa niveo cuello : un cendal mds blanco y mas fino que los fabricados en Menfis y en Elidpoli , matizado de— mil flores, la cubria de arriba d bajo, dejdéndose ver poco 4 poco de cuantos contemplaban esta maravilla: pero repen- tinamente desaparecieron los astros, al acabar de salir esta muger extraordinaria por el oriente del mundo, pues traia por manto al mismo sol, y venia la luna sirviéndola de es- cabel (1). Cuanto vive y se mueve en la-tierra, estaba extatico contemplando este portento: montes, valles, collados, la- deras y promontorios daban saltos de alegria: los rios, las fuentes, los mares con majestuosos susurros tarbabsin ‘el silencio de los espacios: saltaban los corderillos en el ver- de prado, modulaban cantares nuevos las avecillas; y los hombres, inundadas sus almas de un gozo celestial , aplau- dian con las manos, cantaban con voces entrecortadas por los sollozos de la alegria, formando todos estos ecos el rui- do mds armonioso y mds melodioso , que hubiese resonado jamas en el vacto. La tierra estaba iluminada del todo con la claridad de Dios. Pero cuando todo ser estaba tas gracias al Altfsimo, de repente estal ‘un trueno tan horrendo , que produjo un silencio semejante al de un vasto panteon. All4 en las re- giones sublimes, donde no puede; penetrar el misero mor- tal, se habia dado una gran batalla; Miguel y sus dngeles pelearon contra Luzbel, y fué éste vencido y arrojado de (4) Apoc. cap. XII. v. 4.

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