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ee ee excitaba su curiosidad , y fijé la vista en una sierpe matiza- da de mil colores; y como no la temia, no huyé de ella: al contrario, vid que el reptil la miraba con interés, y dun parecia que la llamaba y la acariciaba, y se acercé mas. Pero vid una cosa nueva para ella: la serpiente h¢bla- ba; y encantada del prodigio , todavia se acercé mas, y empez6 entre las dos un didlogo, didlogo funesto, que ar- ruiné para siempre 4 los dos primeros padres. La sierpe envenen6 4 Eva; Eva envenend 4 Adan: y el linage huma- - no envenenado qued6 proscripto. Pero, pocos momentos despues , hubo otro didlogo entre Dios y sus dos predilectas criaturas, y en presencia de ellas, habl6 4 la sierpe, dicién- dola lo que la habia de acontecer algun dia. Yo pondré, la dijo, enemistades entre té y una muger : ti la acechards d suscalcanares, y ella desmenuzard tu cabeza. a ‘ Desde aquel dia empezé la época de la expectacion uni- versal: el gran combate entre el dragon infernal y la mu- ger que habia de venir, era el pensamiento que se legaban las generaciones al morir, y los siglos al espirar: aquellas _ Asus sucesoras, y estos 4 los tiempos venideros, decian al bajar al sepulero y 4 lanada: Adios; quiera el cielo, que veais el dia de la gran batalla. Cuarenta centurias se ha- * bian dado esta consigna, y cien generaciones se habian ligado con esta palabra de consuelo: mas la consigna no se cumplia, ni se veia llegar el consuelo. Pero al fin liegé el dia memorable, en que se presenté la es , Se obtuvo’ el triunfo, y el cielo y la tierra entonaron el himno de la vic- toria: amanecié el dia, y amanecié asf. Suavisimas tintas de luz, semejantes 4 una gasa muy su- til, llenaban el Oriente, vibrando atin entre estos sua- ves fulgores todas las estrellas del firmamento. De repente empezaron 4 salir por el naciente del astro del dia, cuatro,

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