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—1382— mo el cedro del Lfbano, y maiiana ya no aparecen. Cuando ellos han llegado 4 la mayor embriaguez de su arrogancia,; enténces precisamente da en el reloj de los tiempos la hora desu caida vergonzosa. »No sera nuevo el ver 4un déspota i ir ufano, dceils de sus persecuciones al Vicario de Cristo, 4 solazarse en las regiones de Oriente, y morir ahogado en el Cidno; no lo sera tampoco el ver 4 un tirano, que tuvo en prision cinco anos al sucesor de San Pedro, conducido en cadenas 4 un pefion de las extremidades del Océano, para que muriera entre los horrores de la mds espantosa soledad. No sera nuevo el ver venir de alguna region del Norte un gran principe, mandando ejércitos aguerridos, que destroce en un dia veinte legiones, y reduzca 4 usurpadores sacrilegos 4 la ignominia universal. »Es necesario 1no equivoearse en esa materia, sobre la defensa de la Iglesia. Os he dicho que Cristo encomendé la defensa de la verdad 4 San Pedro y 4 los otros Apéstoles; no 4 los demas: eso no obstante, tambien pueden los fieles que se sientan con fuerzas intelectuales para hacerlo , defen- _ der la verdad en sus escritos, como ha habido siempre al- gunos que lo han hecho. En tiempos antiguos, lo hicieron Boecio y Lactancio: en los nuestros, lo han hecho Augusto Nicolas, el sin igual Balmes , Donoso Cortés, y otros que no nombro, porque atin estén en vida, pues noes bueno alabar al hombre en esta vida, sino despues que haya pee: 4 otra mejor, »Pero en cuanto 4 la defensa de la Iglesia y del cuerpo ~ de sus pastores, Cristo no se la encomendé 4 nadie, por ha- bérselo reservado para si mismo. Cristo no necesita los re- yes, ni los emperadores, ni las legiones, para defender su Iglesia. El la ha defendido por espacio de diez y nueye si- glos, y ahf la teneis hoy dia, tan lozana y vigorosa como cuando los Apéstoles vivian en la tierra, jQuién la salv6 de jairrupcion de los baérbaros en el siglo quinto? gQuién , de los sarracengs enel actavo? 4 Quién, de los hereges fanaticos en