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<0 ellos: supliquéle que me confortase y bendijese, pues me sentia oprimido de pena, al ver por Jo.que le habia oido, que el mundo caminaba su perdicion. Hizolo asf , diciéndome estas palabras afectuosas : «Her- mano mio, hoy hemos pasado juntos este dia, teniendo el corazon opeimide, por la pena que nos causa el verlas rui- nas del santuario en esta nacion que los dos amamos mucho, Otro dia vendrd de regocijo para nuestras almas, en el cual cantemos al Sefior un himno de victoria. Yo os bendigo en nuestro Sefior Jesucristo, y os tendré presente en mi alma todos los dias de mi vida: amad siempre 4 Dios, pues su amor es un tesoro, al cual no pueden compararse los cielosy la tierra juntos.» Estas palabras me consolaron y animaron : me despren- ' df de sus brazos, pero no sin preguntarle con la mayor ins- tancia que, puesto que yo creia que él era un angel en figu- rahumana, me dijese si tendrian remedio los males, que afligian 4 la Iglesia y 4 mi patria. Lo que me dijo, despues de un momento de silencio me- ditabundo , y lo que con él me acaecié cuando ménos lo po- dia sospechar, es lo que pone punto4 mi narracion. il. «Marchemos, me contesté el incédgnito, y tened cuidado -de no equivocaros en el camino, pues hay muchos sende- ros en estos montes, y pudiéramos extraviarnos con facili- dad , puesto que los creptisculos' disminuyen, y lanoche se acerca. Desde luego, os diré que estoy muy léjos de ser lo que acabais de decirme: soy un hombre como vos; soy vuestro hermano ysiervo, aunque indigno , de Cristo nuestro Sefior, 4 quien deseo emar con toda mi alma y de todo corazon. »Voy 4 deciros lo que sé, y lo que entiendo. No dudeis ja- mas de que no haya remedio para los males que los impfos causan 4 la Iglesia : porque los impfos se empinan hoy co-
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