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— 336 — monte, y de repente se encuentra envuelto por una niebla llevada con marcha veloz en alas de los vientos , pero que pasa con rapidez, siendo instantdnea la desaparicion y la aparicion de la luz, asf sucedié 4 mi mente en aquel instan- te. Apénas of aquella voz vibrante y sonora, y las palabras dichas con un énfasis que parecia profético , cerré con vio- lencia mis parpados, los volvi 4 abrir, incliné mi frente, y dije para mf: i Dios mio! gqué es esto? Pues j qué! g Habra vuelto al mundo Pedro el ermitano? Este fué el pensamiento , que me asalté al o oir la exclamacion de aael hombre. Acercéseme el que, en wit concepto, era un personaje de importancia , y me saludé diciendo: el Sewior sea contigo, hermano , y senti en mi corazon un consuelo indecible, recordando que esta era la salutacion de los Patriarcas, pues asf saludaba Booz 4 sus segadores (1). ¥ tambien con vos ; sehior , Je contesté. Dicho esto, extendid sus brazos, me ebtrédtis en su pecho, y me did dsculo santo, lo que me hizo sospechar, que aquel era algun gran siervo del Se- fior, qué viviria como ermitafio en algun santuario, de los pocos que atin quedan en pié en mi pafs natal. ' _ Al ver tanta suavidad de modales, y despues de haber oido palabras tan dulces, me atrevi 4 decirle que estaba sorprendido de lo que veia; pues lo habia columbrado des- de léjos, lo habia observado: y habia advertido que no le- vantaba la vista del suelo, ni habia dirigido todavia una sola mirada al inmenso valle, que se descubre desde la al- tura en que nos encontrabamos los dos. ; Al momento me contesté con una dulzura que me pare- cid patriarcal , diciéndome: «tAh, hermano! poco encanto tienen para mi alma las bellezas, verdaderamente admira- bles, que he visto derramadas con profusion por el Criador en este suelo espafiol, cuyas provincias acabo de recorrér, desde el Pirineo oriental por donde entré, hasta los Algar- bes y cuantas provincias se encierran, entre el Mediterré- (4) Ruth, cap, Il. v. 4. 5