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“7 c oe ‘ —5— que traia. Su aspecto era noble y venerable; su estatura esbelta y magestuosa, notdndose 4 la vez en él el vigor y la: agilidad de la juventud y la venerable gravedad de la ancia- nidad. Dos cejas arqueadas con gracia daban sombra 4 dos ojos grandes y vibrantes: una barba blanca como el ampo de la nieve le caia sobre su pecho, sobre el cual se dejaba ver la imagen de Jestis crucificado, y cafale desde los hom- bros hasta la cintura un rosario compuesto de perlas tan hermosas que, cuando las vi de ween me parecieron de Golconda. _ No parecia que andaba, sino que venia, como tocando ligeramente las puntas de la yerba, j tal era la rapidez y la suavidad desu andar! Parecia que no me veia, pues sus” érbitas iban y venian, subian y bajaban , contemplando das _ ruinas del edificio: al fin, llegd muy cerca de mf, que es- taba aténito de ver un ser semejante por aquellas alturas, que parecia indiferente 4 todo lo terreno, pues no dirigié una ligera mirada al conjunto imponente de tanta belleza, como la naturaleza le presentaba, en el inmenso horizonte que tenia delante. Llegé al edificio y lo registré todo, y vi que besaba los sillares esparcidos , que habian pertenecido al santuario, y que, arrodillado cerca del parage donde estuvo en tiempos pasados el altar , levanté los brazos y su mirada al cielo, ‘permaneciendo como extético por largo . rato. - Cada vez crecia mds mi admiracion, al contemplar lo que" hacia aquel desconocido , 4 quien empecé 4 mirar con vene- racion. Este es sin duda, decia para mf, algun habitante de las merindades iimediatas, 4 quienes pertenecia la pro- piedad del santuario, que no ha. dejado la costumbre de venir 4 adorar al Sefior, en el mismo solar donde estuvo el santuario. Asf pensaba, cuando el recien llegado salié de entre los muros, exhalando un suspiro profundo y diciendo: j Ay! Dios lo quiere: ast exclamé enderezando sus pasos hacia mf, que atin permanecia inmoble. Como acontece al viajero que atraviesa las alturas de un