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Cruzadas: los hombres son siempre los mismos, destru- yendo unos con su PeeroeNe lo que otros hicieron con su religiosidad. No hay, repito, acontecimiento que arrebate mi cora- zon tanto como la empresa de los cruzados, llamdndome la atencion , sobre todo, aquellos sentimientos de viva fe con que se preparaban para la-marcha, y con que atravesaban las vastas Hanuras del Oriente, cuna que fué de la humani- dad , de la civilizacion y de la religion. 7Ou8 emociones siente el corazon, al observar aquel mo- yimiento , que causé la voz de un hombre! j Qué ideas tan altas sobre la Iglesia vienen’4 la mente, al ver & los obis- pos reunidos junto con el Pastor universal, para tratar de las Cruzadas, y al considerar el silencio , la devocion , el éxtasis , con que ellos y el pueblo oyen los acentos de aquel hombre extraordinario de aquella época, de aquel abad de Claraval, que era enténces el ordculo de los Papas, el consultor de los reyes, el gran maestro del monacato , y - el gran orador que nveapiane oe eee He st ee an y los pegs - {Qué respeto no itimican aquellos wives: a ebelidacn de sus barones y feudos, colocan sobre sus cotas guerreras la sefial de lacraz, para marchar al combate contra los ene- migos de Cristo! ; Qué afecto se cobra 4 un pueblo, que si- guiendo el ejemplo de sus gobernantes, se apresura 4 cru- zarse , quién poniendo sobre su corpifio la cruz formada de patio, quién, cuando este falta, haciéndose marcar con el signo santo por medio de hierro candente , creyendo todos que les basta la cruz, pare vencer 4 todo ba pueblo de Agar. En el eteres ‘de armas hay desigualdad: quién bev espada , quién lanza, quién adarga, quien careax, arco, y saetas, quien clava, quién hacha, quién maza ferrada : pero en el escudo todos son iguales, el escudo es la eruz. ‘Pero todavia son mas vivas las emociones que se sien- ten, cuando se contempla 4 los cruzados atravesando los

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