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= tierra, debo decir que, casi sin quererlo, he recorrido yo todas las provincias de Espaiia y varios reinos extranjeros, asf como una parte de los continentes del Asia y de Améri- ca. Pocas son las regiones extranjeras, en donde no haya encontrado compatricios, lo que hasta recuerdo con cierta pena: porque por efecto de ciertas doctrinas que algunos espafioles han aprendido en Calvino, que quiso introducir la democracia en la Iglesia del Sefor, doctrinas que Santia- go Rousseau aplicé 4 la sociedad y su organismo; doctrinas que se empezaron 4 plantear en nuestra patria en 1812,y despuese proclamaron de nuevo en 1820, y mas tarde se han proclamado como ley fundamental del reino; por efec- to, repito, de esas doctrinas, se ha introducido tal des- union entre nosotros, que parecen los espaiioles hoy dia, una como segunda edicion del pueblo hebreo, pues andan dis- persos por toda la tierra. Sf, seores, lo diré de paso: el inmundo Voltaire y el cruel Rousseau han sido para la sociedad, lo que Lu- tero y Calvino fueron para la Iglesia y la religion que profesa. Lutero, apéstata, bebedor incansable de -‘vino y de cerveza, deshonesto y lujurioso, comentando la San- ‘ta Biblia en la inspiracion de las pasiones, destruyé, 6 quiso destruir, el principio de autoridad divina. Calvino, el anatematizado en su juventud por crimenes que no pue- do nombrar ; el hombre de alma de tigre, que se deleitaba en expulsar religiosas de sus conventos, y se reia con de- leite tigrino, al ver cébmo se abrasaba por su érden Miguel Serveto , su antagonista en la herejfa , inventé la autoridad dimnoorétiaks Y eso mismo hicieron Voltaire y Rousseau:. aquel, tan cinico como Lutero, sembré de impurezas sarcdsticas la palabra divina, ai como era él la deshonestidad am- bulante: y Rousseau, aquella alma. glacial como el polo del Norte, destruy6 el principio de la autoridad en la socie- dad, ridiculiz6 la soberanfa legitima, enseié que la autori= dad tiene su origen en la muchedumbre reunida, y eché