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aN Grandeza de alma y pequeiiez de operaciones, son dos cosas que se excluyen miituamente. El alma humana lle- va impreso el sello de su grandeza en sus incesantes as- piraciones: porque en cualquiera empresa que la contem- plemos, es como un gedmetra, que se empefia en formar circulos que abracen el 4mbito del mundo, nocontentandose jamds con el radio que le describe su compas, por encon- trarlo siempre limitado, y llegando 4 formar en su mente uno que, 4.su parecer, es inmenso, porque lo lleva4 re- giones 4 donde no liegan Jas pupilas, nitocan las manos. ‘Sea un sdbio, sea un. fildsofo, sea un contemplador de las grandezas de Dios, el hombre es semejante 4 una sima _ sin fondo, en la cual se precipita sin cesar un torrente cau- daloso, diciendo ella siempre, mds. Si aquel ha recorrido todos los horizoates de las ciencias, atin encuentra algunas, cuyos linderos no ha saludado, y se aflige: si este abraza con amor el bello conjunto del saber, se desconsuela, por- que no puede abarcarlo; si el otro intenta dar vuelos en. las : regiones de los misterios soberanos, tiene que retroceder, porque se encuentra con torrentes de luz, que deslumbran sus pupilas: y entre tanto, todos anhelan por saber mas, por sublimarse mas, y por llegar 4 un punto, donde puedan de- cir: basta, basta, porque estoy satisfecho, por haberse Uenado. todos mis deseos. Todo esto indica que hay en el alma una grandeza innata, que la impulsa 4 ser grande en accion, para ser eae tambien en la pacenion de sus deseos. No hay para qué ancenhie al ios de las cosas terres- tres, para ver resaltar esta verdad: sdlo si, podrémos decir una cosa como de paso: y la dirémos, porque la sienten en si todos los hombres, aunque no sean sdbios, ni fildsofos, ni contempladores de las beilezas increadas. Vése aqui un hombre que ha pasado muchos aiios amontonando oro, por- 7 i
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