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ae eran hombres de todas las clases, cuyas almas rebosaban en la abundancia de doctrina que habian oido en los recin- tos de los templos, y todavia iban presurosos 4 decir y 4 oir con éxtasis los raudales de saber que, los que iban 4 oir, creian. que manarian 4 borbotones en la nueya reunion: eran nifios, j6venes, ancianos que volaban 4 ocupar un asiento , dos horas dates que se abriese la sesioa. Por fin di6é la hora: los muros se vieron tan oprimidos, que apénas podian resistir el empuje de las masas: h{zose la senal, y mil bocas 4 la vez reprimieron su aliento para oir con silencio, casi sepulcral, la palabra elocuente , enér- gica, vibrante, entusiasta y conmovedora del presidente de la reunion. Se abrié ésta, y se abridé bendiciendo al Rey inmortal de los siglos y 4 su augusta Madre, adorando 4 Aquel por su gloria y majestad infinitas, y handiciendo, 4 Esta por su altisima dignidad y por la ternura con que mira 4 los mortales. . Momentos agradables aguardaban 4 los col currentes 4 la. Velada, y se los proporcionaron, en efecto, los oradores que sucesivamente fueron tomando la palabra. Como se ira viendo por la relacion que haremos , no habia en esta reu- nion sino una mira y un solo objeto, cual era el de instruir- se miituamente los oradores, y confirmarse cada vez mds en las verdades de la religion : y como aquel dia estaba consa- grado 4 la Madre de Dios, apénas se hablé de otra cosa sino del gran misterio de su Concepcion, y de las grandes alego- rias que contienen los libros santos relativas 4 ese aconte- _ cimiento. Dos idilios fueron la materia de los discursos que se pronunciaron, los mismos que vamos 4 referir,, en la misma forma y estilo, en que los pronunciaron los elo- cuentes oradores de aquella noche. Hablé el primero, y dijo lo que sigue.
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