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= 110— alma? Pues bien: donde hay amor, no hay servidumbre: me- jor dicho, hay tna dulce esclavitud que seimpone 4 sf mis- ma el alma, como lo vemos cada dia en el mundo, entre las personas que se aman con vehemencia. No secontentan es- tas con jurarse amor, sino que se llaman mitituamente escla- - Yas una de otra, y mds cuidado pone cada una de ellas en no desagradar en lo mds mfnimo al objeto de su amor, que en conservar su propia vida. Es, por lo tanto, imposible la esclavitud en quien ama 4 Dios, para creer lo que él le dice y le ensefia: porque la misma fe le dice , que el manifestarle Dios esas verdades , es el resultado del amor que le tiene, y que ni puede dudar de ellas, porque Dios es esencialmente infalible , ni tampoco ha de pretender comprender lo infinito por lo finito , lo eterno por lo temporaly lo inmenso por lo limitado: y en vista de ello, el alma que ama 4 Dios, no solo no se cree esclavizada, sino que se consideraria muy desdichada, si hubiese quien la arrancase del lado de quien la ama, y la enriquece, y ladistingue, sin merecerlo: asf, cree todo lo que Dios la dice, y no sabe pensar ni dis- currir sino en el circulo que tiene sefialado , ni mas ni mé- nos, que el nino pende siempre de la voluntad de su padre, _y encuentra su dicha en estar siempre 4 su lado. San Agus- tin, con su acostumbrada elocuencia, explica la libertad y la dicha del alma creyente, que ama, comparandola al nifio que por amor y con placer se va tras del que le ensefia las frutas. «No existe necesidad, dice este santo Doctor, sino placer; no coaccion, sino deleite; porque el alma se deleita en la verdad , se deleita en la bienaventuranza , se deleita en la vida eterna (1).» _ Esto es lo que hay en la sujecion del entendimiento 4 la fe, y en la incomprensibilidad de las verdades sobre- naturales: no se le impone servidumbre al entendimien- to del hombre, cuando se le prohibe que se empeiie en (Il) Tract; 26. H% Joan.
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