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A mu” el velo de las esposas de Lo sii único amor en esta tierra de llanto. La que asi hablaba era Flora de Esparti- nas, y la joven que la acompañaba vestida de blanco, haciendo con ella las veces de madrina, era Inés. Al oir la respuesta de Flora, un murmullo de admiracion se oyó en el templo. A Inés se le escapó un sollozo mal com- primido, y otras muchas personas rompieron á llorar. Terminada la ce- remonia, volvió á desfilar la procesion, dirigiéndose á la puerta que dá entra- da al monasterio: Al pasar Flora entre aquella turba de señoras y señoritas decian unas: Tonta! que va á encerrar- se para siempre. Y; repetian otras: Di- chosa ella! Y añadian las de su fami- lia llorando: perdemos á un angel: se nos Bla bienhechora del. pueblo, el consuelo de los tristes. A las primeras contestaba Flora con. una mirada de profunda compasion; á las segundas con una sonrisa placentera; y á las Otras con una mirada de gratitud. En esto llegaron á la puerta donde espe- raba la comunidad á la nueva herma- , É e dz A ] cl Sr eri E A EIN E ASA AE Fi lid o] PS a > A A Je E a AR Pr be A PR
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