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pea adagio, el amigo es otro yo, cada uno de ellos tenia tanta confianza en el otro como en sí mismo. Con esa confianza íntima, hija de la amistad verdadera, preguntó José á Jacinto lo que deseaba saber, y este satisfizo sus deseos, diciéndole que efectivamente, Inés queria ser religio- sa; pero que su padre se'lo había pro- hibido terminantemente, y como ella era docil y buena, cederia con facili- dad. Ademas—continuó él—papá le ha prohibido que le hable de eso, por lo menos, por lo menos, hasta que yo me haya doctorado. La alegria que re- cibió José y la paz que llevó á su alma semejante noticia, solo puede com- prenderla el que haya sufrido las amar- guras de una duda cruel como la que á 2 él 1é martirizaba. Pero dejemos á los dos amigos es- tudiando su último curso en santa paz, para fijar la atencion en un suceso que hace mucho á nuestro propósito. Las campanas de Santa Inés de Sevi- lla, repicando alegremente, llamaban álos fieles de la ciudad al santo tem-
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