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p AF sadores permanentes que le estarán diciendo siempre al oido: aceleraste la muerte detu hija! Tu obstinacion. obligó al Señor á llamarla para sí á pe- sar tuyo! Tales fueron las últimas palabras ( de Matilde: su padrO cayó al suelo sin sentido antes que ella acabara de pro- ' nunciarlas, y no recobró el uso de sus facultades hasta despues de veinticua- tro horas. Cuando volvió en sí vió va- cia la cama y desierto el aposento de Matilde: un féretro cubierto de raso blanco y colocado en medio de la sala, contenia el cadaver de mi amiga her- mosa y sonriente cual si estuviera vi- va: una corona de flores ornaba sus blancas sienes, y en su mano derecha empuñaba una palma cuajada de azu- cenas, símbolo de la virginidau. El padre se abalanzó á besar el rostro de Matilde, pero se detuvo de repente, porque le pareció que el velo que la cubria le rechazaba diciendo: aceleras- te la muerte de tu hija! y cayó des- plomado al suelo. Desde entonces, anda atontado y gozando poquísima r 7%, ' A ai a co. de
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