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Je que esta se arreglaba, el criado Pala- din preparaba el coche: sacude el pol- vo de los asientos, lava las ruedas en- lodadas, coloca sobre el tiro las flexi- bles correas, y termina su operacion con un agudo silbido. Calderon, dies- tro domador de c£ballos, trae de se- guida dos hermosas yeguas blancas compradas en Jerez, cubiertas ya con sus arreos para ser unidas al coche. Prudencia, llena de dias y muy esperi- mentada en materia de viajes, dispuso en una cesta sabrosas tortas de maza- pan y una botella de ese vino generoso que alegra el corazon del hombre, y con ella, se colocó la primera en su asiento. Poco á poco se fueron aco- modando los demás; y cuando Agus- tin, montado en su brioso corcel, hace la señal de marchar, Paladin empuña las riendas y cruge en el aire el latigo sonoro, se santigua D.” Fernanda, y el vehículo se pone en movimiento. Mientras la familia de Flora despedian ásus huéspedes, agitando en el aire sus blancos pañuelos, las yeguas se lanzan á la carrera con tal velocidad, d cl 4 A D ; C ó e A ARES edd
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