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desde niños nos hemos profesado. Qué dicha la delas almas que se aman en Dios, por Dios y para Dios. Si no es imprudencia mia, recibe este esca- pulario, bordado por mi mano. —Toma tú en cambio este rosario que para tí he venido haciendo por el camino; y no perdamos tiempo, que me queda muy poco, y quiero hacer en tu compañía una hora de oracion delante de Jesus Sacramentado. Inés y Josése cambiaron aquellas prendas que habian de servirles de perpétuo y último recuerdo; ella mar- chó á relevar á la hermana que estaba haciendo la corte á la divina Majes- tad, y él se encaminó á la Iglesia, y se arrodAló tocando á la reja. Empeza- ron su oracion, que fue profunda y deliciosa como la oracion de los justos:* parecían dos angeles del cielo, ó dos santos de la tierra; y cualquiera sue los hubiera visto, creería que se ha- bian renovado aquellos tiempos ven=» turosos en que San Francisco y Santa Clara oraban en un mismo altar, ó ma

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