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ca cuerda; tenia bastante crecida la barba y-tan rubia que parecia de hilos de oro. Con su aire modesto y sus ojos bajos pasaba sin fijarse por delan- te de las maravillas que encierra la capital del principado, como un hom- bre que tiene arraigado en su corazon el desprecio á todo lo terreno, Entró en la calle de Gerona, y al llegar al punto en donde desemboca la de Caspe, quedóse parado ante una Iglesia de severa y elegante arquitec- tura, musitando: Esta debe ser. Entró y halló expuesto el Santísimo, y de- lante de El, tras la hermosa verja que separa la clausura del resto del tem- plo, á cuatro religiosas reparadoras, haciendo la guardia de honor á Jesus Sacramentado. Hizo una brevg pero fervorosa oracion y se dirigió al torno donde llamó á la Madre Superiora. Lo que habló con ella no importa saberlo. Qlinco minutos despues se abrian las puertas del recibidor, donde espe- raban de pt y con ansiedad dos reli- giosas con las cuales entabló este diá- logo,

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