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pueda menoscabarla, ní apartarte de mi lado, porque donde tu estés, esta- rá siempre el Amado de tu alma. Di- me, Inés, qieres ser esposa mia? El júbilo inundó el alma de Inés, como inunda los campos el torrente desbordado que se desprende de los montes, y quiso contestar con los la- bios; pero como estaba dormida no . pudo hacerlo. En cambio un suspiro amoroso sa- lido del fondo de su alma, dió al mis- terioso personaje respuesta afirmati- va; y este desapareció diciéndole co- mo al angel del Apocalipsis: “Seme fiel hasta la muerte, y te daré la coro- na de la vida.,, Desde entonces comenzó Inés á sen- tir hastío de las cosas de la tierra, y deseos inefables de las cosas dl cie- lo: los sentimientos de su alma eran tiernos, como el tallo de las plantas, y puros, como las gotas del rocío que cuelgan de las flores. Nunca recordaba aquel sueño ven- turoso, sin que acudieran á su mente la celda solitaria, el retiro del conven-
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