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—283— á comer de pena. Pobre padre! Cuan- to nos cuesta tu separacion, hija del alma! La comida de aquel dia no fué del todo triste, porque la amenizaron con sus chistes muchos convidados de la fámilia, que con la Condesa de Monte- lirio y otras amigas fueron invitados para acompañar á Inés en su toma de hábito; mas sus padres y ella comie- ron poco y sin apetito, porque la pena rebosaba en su interior. Terminado aquel acto, hija y madre volvieron á las habitaciones interiores para ocul- tar sus lágrimas á las miradas de los convidados. Agustin temia y deseaba la hora de la despedida; la temia por lo dolorosa, y la deseaba para beber cuanto antes aquel amargo cálizay de- sahogar con el llanto su corazon opri- mido por el peso del dolor. En esto pensaba el buen hombre, fumando con logg circunstantes, cuando llegó una criada lloriqueando, diciéndole que la señora desefba hablarle antes que la señorita saliera de casa, y le rogaba que fuera á sus habitaciones donde le estaban esperando.

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