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a no supo qué contestar, El dolor anegaba su alma, y le hacia es- tar meditabundo: su esposa se limpia- ba los ojos con un blanco pañuelo, y su hija deteniendo la respiracion en su pecho oprimido, parecía contemplar desconsolada la pena de sus padres. Aquella muda escena hubiera durado largo rato, si Prudencia no hubiera llegado á la puerta diciendo: Señora, el almuerzo á punto; y ni D. Agustin ni la señorita Inés parecen por ningu- na parte. —Detente un poco, Prudencia, que yo sé dónde están: pronto. iremos to- dos. Los tres procuraron serenarse y disimular delante de la familia la tur- baciog, que les causó la anterior esce- na. Durante el almuerzo se pronun- ciaron frases entrecortadas que revela- ron algo de lo ocurrido, y confirmaron á los demas en que efectivamente Ieés estaba autorizada por sus padres pa- ra poner en ejecucion”el delicado proyecto de consagrarse á Dios, se- pultándose en vida, dentro de un claustro. r

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