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- D.* Fernanda quedó sorprendida, Agustin estupefacto y como herido de un rayo con las palabras de su hija, á la cual dijo: Escucha, Inés, escucha! no te vayas, hija mia! Ella, como si na- da hubiera oido, prosigue hacia la puerta. Agustin la sigue á la habita- cion inmediata, donde la detiene, asién- dola por el vestido, y mientras llega- ba su esposa le decia: Pero cómo sa- bes que Dios te llama? qué prueba me has dado de ello? —Demasiadas que le he dado, y Dios se encargará de darle á V. otras pruebas, que serán pruebas de su jus- ta indignacion. Por V. lo siento, pa- dre mio, y por lo mucho que lo quiero. Un llanto compasivo acudió á los ojos dix Inés y de su madre, y otro llanto amargo como las olas del mar á los de Agustin, que lleno de pavor y pena, contestó: No quiero ser objeto de la indignacion divina. Demasiafo tiempo me he resistido á Ja voluntad de Dios, y me rindo desde ahora para siempre, No quiero impedirte tus san- tos deseos, porque me has herido el r
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