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pá, desde que me dió V, anoche el permiso para irme á la tierra de pro- mision, que tal conceptúo para mi el convento! Como se lo pagaré? —Déjame y no me atormentes, ni me hables de eso. —Papá, eso no es tormento. Com- prendo que á V. le dará pena, pero despues de todo debe servirle de con- suelo, que una de sus hijas se consagre toda á Dios. Por eso espero que me ratificará aquí delante de mamá la li- cencia que me tiene dada. — Qué licencia ni qué tonterías? tú estás soñando, mujer. Cómo habia yo de concederte una cosa, que me estará penando despues toda la vida? No! eso no tegssonviene ni á tí ni á mí. Qué dirá el mundo? y que.... —Ay, Dios mio!—exclamó Inés— esta es otra! Por Dios, papá, déjeme V. ir á donde Dios me llama. e —No te canses, que ng puedo per- mitírtelo, porque me costará la vida, —Pero si Dios me llama, qué he de hacer? quiere V. quitarme mi única fe- r

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