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ee —262— —Pero, mamá, consuélese V.; qué dicha mas grande para una madre que tener una hija esposa de Jesucristo? Qué gloria mayor que ver un dia á su hija en el coro de las vírgenes puras, reinando coa Dios para siempre? —Eso es lo que me consuela, hija mia, el pensar que serás una santa, el considerar que en tí ofrezco á Dios una lámpara viva, que arderá conti- nuamente con la llama del amor divi- no ante su sagrado tabernáculo. Si no fuera por eso, cómo es posible que yo te diera licencia para encerrarte en un convento, dejándome á mí sumergi- da en un mar de amargura? —De modo que me da V. su con- sentimiento, y ofrece desde ahora el sacriff:io, no es esto? —Sí, hija mia, sí, aunque solo Dios sabe cuanto me cuesta; pero te lo doy con la expresa condicion de que has de ser una santa, y has de rogar fu cho por tu madre. c —Ay mamá! la hija más ingrata del mundo seria yo, si no lo hiciera así. Desde ahora le prometo elevar todos ”
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