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as penas de Inés, y su voz las comuni- y có á los demas con tánta vivezaque * les hizo prorrumpir en triste llanto. La tertulía se deshizo como por en- canto; Agustin se levantó emociona- do, pretestando que iba á buscar unos cigarros; y los demas entraban y sa- lian sin detenerse, como buscando una nueva impresion que viniera á borrar la profunda huella, que el canto de Inés habia dejado en todos los cora- zones. - 3 Cuando á esta le pareció bien, fué —* en busca de su padre que estaba con- versando con el 7230 Capellan, (como llamaban todos en casa al tio de doña Fernanda) y apenas se le puso delan- te, con mucha humildad y mucho mM le dijo: Papá, vengo á que cumpla V. la palabra que me tiene dada. | —A ver, que quieres ahora? —Quiero que me de V. licencia para entrar en el convento de Maria Repa- radora. -—Tu, siempre con la A Inés, —Pues, papá, no puedo resistir

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