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—242— | —Terca! terca! Ese es el fruto de tus oraciones? Si me vuelves á dar otro mal rato con estasimpertinencias, te prohibiré... Agustin se quedó con la palabra entre los dientes, porque observó que los ojos de Inés se llenaban de lá- grimas, y no quiso proseguir. Separó- se de su hija, y esta se volvió á su cuarto. Escenas como esta se repetian en- tre Inés y Agustin cada semana. Ella oraba de continuo, pidiéndole á Dios que su padre se diera por vencido y le permitiera retirarse á un convento; pero viendo que sus peticiones no eran despachadas en el cielo, determi- nó enviar con ellas la mortificacion supliónte, que suele. alcanzar tantas gracias como la oracion fervorosa. Redobló sus penitencias, afligió su cuerpo con el cilicio y el ayuno, y pronto apareció en su semblantePln rayo de palidez que circundaba su rostro con aureola de santidad, dán- dole la dignidad y la hermosura del dolor voluntariamente aceptado,
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