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dres como para los hijos, porque es un amor mal entendido, un amor Cie- go, un amor que tiene más de paga- no que de cristiano, amor que ha pri- vado de muchos santos á la Iglesia, de muchos héroes á los claustros, y de su felicidad temporal y eterna á mu- chos hijos y á muchos padres; á estos por no haber dejado poner en práctica á sus hijos la voluntad divina, y á los hijos por no haber roto esos lazos de carne y sangre que les separaban de Dios, como si Dios no hubiera di- cho que aquel que ama á sus padres ó á sus hijos más que á El, no es digno de El. De este género era el amor de Agustin á Inés, porque al ver que las aspiraciones, los deseos, las prácticas y laserrirtudes de su hija propendian al claustro con más vehemencia que nunca, se penia á decir: Y yo... des- prenderme de esta joya? dejar que se aparte de mí el ídolo de mi corafon? permitir que la alegría de mi casa se vaya á un convento? No! no! y no! Sin embargo, Inés no perdia oca- sion ninguna, y cada vez que tenia

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