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Inés calló: y cruzando las manos sobre el pecho para detener las palpi- taciones y los saltos que el corazon le daba, hizo enmudecer el piano. Largo rato hubiera permanecido de aquel modo, si no la hubieran sacado de su embeleso los aplausos de la familia que en el jardin paseaba, y de las cria- das que subian corriendo las escale- ras. El viento les habia llevado la voz de Inés, y acudieron en tropel hacia ella, para escuchar aquel himno que parecia uno de los cánticos inimita- bles, que compuso en sus mejores días Santa Teresa de Jesus, la inspirada poetisa del Carmelo; pero Inés, co- * giendo apresurada la imagen á quien dedicaba sus amorosas endechas, en- cerrógs* en su cuarto, para evitar las alabanzas, siempre peligrosas para una doncella. Desde entonces Inés volvió á im- portunar de nuevo á su padre ¡fra que le dejara entrar en un convento Conociendo ella que la'oposicion de su papá era motivada más que por otra cosa por la esperanza que tenia

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