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ra, que tu quieres hacer lo mismo? Dios te confirme en esos santos deseos y me conceda la dicha de verte reli- gioso. —Ahora te exijo el secreto de cuan- to te he dicho. —Y yo te lo prometo firmemente, José plezgó sus labios y movió la ca- beza con ese movimiento pesado con que parecen decir los enfermos, dejad- me descansar, lo cual visto por Inés le obligó á decir, Adios, José; he cumplido un deber de conciencia y me retiro; no quiero molestarte más. Adios, Inés—respondió él con los ojos preñados de lágrimas; Adios, y si alguna vez te acordares de mí, sea sólo para encomendarme á Dios. — Adios, José, y si alguna vez quie- res hallarme no. me busques en el mundo, sino cerca de un Sagrario, mezclada entre los serafines que argen en amor divino ante la presencia de Jesus Sacramentado. —Adios, Inés,... y si tú quieres en- contrarme búscame en el Corazon de
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