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ER ab pálido y el brazo entabli- “lado y ligado, sin poderlo mover: Al sentir pasos abrió los ojos y se encon tró frente á frente con los de Inés: se miraron un momento fijamente y con aquella mirada se penetraron las dos almas, y cada una vió lo que pasaba en ES el interior de la otra. Hubo un mo- De mento de solemne silencio que inte. - rrumpió Inés, diciendo: a, —Perdóname José; yo sola he sido E la causa de tu mal, ] —No Inés, perdóname tú el ha- berte querido quitar la dicha de ser toda de Dios, y exclusivamente de E Dios. AR —Si yo no te hubiera dado motivo, no hubieras tú pretendido nunca se- - mejante cosa. > —No Inés, la culpa es mia; lo que sufro es pena de mi pecado, A » —De qué pecado? A 9 Escúchalo: iba yo montado en el Eo “caballo, y pensando en tí; cuando me ¿ asaltó la idea de que podias querer de muevo ser religiosa; y como te ama- ba apasionadamente...
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