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-—169 — Renuncio á describir aquí la satis- faccion que Agustin sentia cada vez que veia conversando á los dos; y el gozo que llenaba su alma cuando veia que José llamaba hermanito á Fernan- din, y hermana á Carmen; gozo y sa- tisfaccion tan grandes, como el escán- dalo que la resolucion de Inés causó en el vulgo devoto; ó como las mur- muraciones de que ella fué blanco en todos los salones de Sevilla, especial- mente en aquellos en que reinaba al- guna vana deidad, que en vano pasaba en el tocador las tardes enteras para merecer luego una mirada del Conde- sito; porque éste, más juicioso que los otros jóvenes de su edad, nunca pensó en elegir para compañera de su vida á una mujer casquivana, ya fuera oji- negra, ya pelirrubia, Lo que sí quiero dejar consignado, (aunque no sea ne- cesario, porque se deja entender fácil- meñite) es que Inés entabló sus relacio- nes con el Condesito, dejándose llevar de miras humanas, de un cálculo asaz mezquino, por conveniencia, y sin amarle; pero que á los pocos dias es-

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