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Todo este razonamiento lo oyó Jo- sé meditabundo, con la cabeza inclina- da y los ojos bajos, revolviendo allá en su pensamiento lo que Inés le habia dicho, y al terminar Agustin su última frase, irguió la frente, y con grande pena, pero con voz reposada, síntoma de una decision resuelta, contestó:Solo Dios sabe el sacrificio que me cuesta renunciar la mano de Inés; pero conoz- co ahora que no soy digno de poseer un alma tan hermosa, que sin duda al- guna Dios ha criado para sí. Que se consagre pues al Esposo de las virge- nes, que sea religiosa, que así y todo, yo no podré olvidarla, yo la adoraré siempre; yo la amaré más cada dia con el purísimo y santo amor que aho- ra le profeso. Porque ha de saber us- ted que la quiero mucho, más que á mí mismo, más que V, pueda querer- la; pues la quiero toda para Dios. Y aunque me cueste la vida renunciar su mano, y aunque yo pudiera facilmente hacerla mia, no seré yo quien le quite su. vocacion ni quien se oponga á la voluntad divina. Sea ella feliz, siendo ; 0 4 . bh PA A sd TN A

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